viernes, 8 de febrero de 2008

Nota de opinión: LA RECETA DEL TATCHERISMO PARA LA VIVIENDA PROPIA. Una lección para los conservadores y neoliberales vernáculos

Por Edgardo Datri - Neuquén, 5 de febrero de 2008

Hay un “dato de la realidad” innegable: hay muchas más personas pobres que ricas (incluso en los llamados países del capitalismo avanzado –salvo raras excepciones-). Las políticas que interesan a esa mayoría pobre son, claramente, la de redistribución directa de tierras e incremento de los salarios pero no las de la llamada economía del goteo o de la filtración descendente o teoría del derrame. Por lo tanto, si viviéramos en auténticas democracias sustantivas; aquellas en donde a partir del derecho al entendimiento no se violan los Derechos Civiles (participación real en la cosa pública, lo que presupone que la representación no debe entenderse como una forma delegativa del poder popular), los Sociales y los que tienen que ver con la Identidad de los pueblos-, una vez garantizado por el Estado el entendimiento; o sea, asegurada la conciencia profunda y no la falsa conciencia, y se otorga el derecho al voto a todos los ciudadanos en un proceso electoral limpio -algo dudoso en nuestras democracias, es de esperar que los ciudadanos elijan a los políticos que más dispuestos parezcan a dar empleos, tierras y distribuir la riqueza. Baso esta afirmación, no sólo en consideraciones filosóficas sino en el sentido común. Piénsese que, contrariamente a lo que creen algunas personas que viven en barrios residenciales o en esos guetos llamados countries, los pobres no son marcianos y, a diferencia de muchos ricos, la mayoría de ellos no son ni chorros ni corruptos: son, como dice Loïc Wacquant, “parias urbanos” o “enemigos convenientes”[1] de los responsables políticos de la extrema marginalidad en la que viven la mayoría de los seres humanos en el mundo. Por ello personajes como el seudoingeniero Blumberg o el usurpador del rectorado de la UNCo, Daniel Boccanera, los tratan de delincuentes, como ocurrió recientemente en la toma de Gatica y el arroyo Durán.
Desde las gestiones Quiroga-Di Camilo-Sobisch, y otros conservadores y neoliberales, no se han construido viviendas en Neuquén, tengamos en cuenta que el déficit habitacional en la ciudad capital afecta a cerca de 15.000 familias y en la provincia a aproximadamente 30.000 (en realidad, hace 13 años que no hay un solo plan de viviendas en esta provincia, cuyos gobernantes han privilegiado los megaproyectos antes que el Derecho Humano a la viviendo digna). La solución que se ofrece desde el Estado es la represión policial a quienes no pudiendo pagar un alquiler se ven obligados a formar asentamientos. Y esa policía no está sola, actúa acompañada por el hostigamiento de un grupo de vecinos “autoconvocados” de los Barrios Limay, Don Bosco IIº, 30 de Octubre y Jardines del Rey que se presentan a la prensa preocupados por la “toma” y no son capaces de solidarizarse con los 85 niños que se encuentran a la intemperie y bajo constante presión y amenaza de la policía y parte de ellos.
Como ciudadano quiero brindarle al Sr. Di Camilo, y a algunos de los más exaltados autoconvocados, algunos datos/consejos del primer mundo para resolver este problema.
Entre otras tantas cosas, el gurú del neoliberalismo, el economista Milton Friedman[2], después de las dictaduras que asolaron nuestra América Latina, aprovechando lo resuelto por el Consenso de Washington y el surgimiento de las “democracias de baja intensidad”, como las denomina la Dra. Mirta Mántaras (en Genocidio social en la Argentina), intentó durante bastante tiempo superar una paradoja que lo obsesionaba. En tanto heredero de Adam Smith (economista liberal inglés del siglo XVIII), al igual que él creía apasionadamente que los seres humanos se rigen por su propio interés. Adam Smith afirmaba, en La riqueza de las naciones, que los seres humanos son “esencialmente” egoístas[3] y que la sociedad funciona mejor cuando se permite que ese interés privado guíe casi todas las actividades, salvo una: que los pobres decidan demcrática y participativamente cuál debía ser la mejor política que terminara con los estragos que provocaba el régimen capitalista en curso.
Allan Meltzer, amigo de Friedman y economista monetarista como él, desde hacia mucho tiempo planteó el dilema del modo siguiente: “Los votos están distribuidos de forma más igualitaria que la renta (...) los votantes que tengan niveles de ingresos situados en la media del electorado o por debajo de ella saldrían ganando si se transfiriera renta hacia ellos[4]”. Meltzer describió esa reacción como “uno de los costes del gobierno democrático y de la libertad política”[5], pero dijo que “los Friedman (Milton y la esposa de éste, Rose) supieron nadar contra esa corriente tan poderosa. Nunca pudieron detenerla o invertir su curso, pero influyeron mucho más que la mayoría en la manera de pensar y actuar de las personas y los políticos”. (op. cit.)
Thatcher, por entonces, intentaba poner en marcha en Gran Bretaña una versión inglesa del friedmanismo patrocinando lo que acabó conociéndose como “la sociedad de propietarios”. Su iniciativa se centró en el sistema público de vivienda –las llamadas viviendas municipales de alquiler a las que ella se oponía por principios ideológicos, pues sostenía que el Estado no tenía que desempeñar papel alguno en el mercado de la vivienda (ni que hablar de su oposición a la heroica huelga de los mineros del carbón). Los pisos de las viviendas municipales de alquiler estaban ocupados por el tipo de personas que, según la teoría política friedmaniana, jamás votarían ni a un conservador ni a un neoliberal porque sabían que no iban a actuar conforme sus necesidades (a menos que durante las campañas electorales los engañaran, algo que sucede siempre en las “democracias abismales o insustantivas”). La primera ministra estaba convencida de que, si lograba incorporar a esas personas al mercado, éstas acabarían identificándose con los intereses del otro sector de la población que, por ser pudiente o rico, se oponía a la redistribución. Con esa idea en mente, Thatcher decidió ofrecer fuertes incentivos a los residentes de las viviendas públicas para que adquirieran los pisos donde vivían a un tipo de interés muy ventajoso. Quienes pudieron acceder a los créditos se convirtieron así en propietarios y llegaron a la vivienda propia, pero aquellos que no lo consiguieron se vieron obligados a hacer frente a alquileres que casi se habían duplicado con respecto a su importe anterior. Una vez más había triunfado la vieja estrategia maquiavélica “divide y reinarás”. Y vaya que sí funcionó: los inquilinos siguieron oponiéndose a Thatcher pero las calles de las principales ciudades británicas vieron como ascendía ostensiblemente el número de menesterosos y personas “sin techo”. Otra vez dieron inicio a la “guerra de pobres contra pobres”[6].
Los sondeos mostraron que más de la mitad de los nuevos propietarios habían cambiado de afiliación partidaria y habían pasado a apoyar a los conservadores.
Como parte de un organismo de Derechos Humanos (Zainuco), como sujeto que soy, no quisiera que los denominados representantes del pueblo, dado el problema de la tierra y la vivienda en el país, y en Neuquén en particular, sigan este otro consejo:

El mundo es un lugar caótico, y alguien tiene que poner orden.
Condolezza Rice, setiembre de 2002,
(Citado por Naomi Klein: La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Barcelona, Paidós, 2007)

Bien saben todos los poderes del Estado qué significa “poner orden”. Nadie se puede hacer el distraído.

[1] Loïc Wacquant (2007): Parias urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio, Manantial, Buenos Aires.
[2] Miembro fundador de la Mafia de la Universidad de Chicago, la que junto a la Mafia de Berkeley, apoyó con sus Chicago Boys y recetas al gobierno de Pinochet y a otras dictaduras de América Latina, tratando de imponer a fuerza de tortura y desaparición de personas el platónico libre mercado perfecto). Cuyas secuelas están hoy presentes en nuestra “democracias”.
[3] Ese es el origen de los posteriores procesos de “naturalización” de las leyes de la economía en la sociedad de mercado.
[4] Allan H. Meltzer, “Choosing Freely: The Friedmans’ Influence on Economic and Social Policy”, en M. Wynne, H. Rosenblum y R. Formaini (comps), The Legacy od Milton and Rose Friedman’s Free Choose, Dallas, Federal Reserve Bank of Dallas, 2004, p. 204, (www.dallasfed.org)
[5] Ya lo decía el mismísimo Jorge Luis Borges: “la libertad es una ilusión necesaria” –aunque a pesar de mi aprecio intelectual dudo que hiciera referencia a la “libertad de libre mercado”.
[6] John Campbell, Margaret Thatcher: The Iron Lady, vol. 2, Londres, Jonathan Cape, 2003, pp. 174-175; Patrick Cosgrave, Thacher: The First Term, Londres, Bodley Head, 1985, pp- 158-159.

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